miércoles, 14 de octubre de 2009

La fabulosa herencia de Sir Francis Drake

Un estafador hizo su carrera embaucando a gente sencilla con la promesa de una colosal herencia.

Autor: Max Haines - Traduccion: Jose Peralta

Fuente: Revista Estampas


Oscar Hartzell fue un tosco campesino de Iowa que logró perpetrar una de las estafas más ridículas y de mayor duración que se recuerden.


En 1918, cuando aún trabajaba en la granja, Oscar observó y escuchó a un personaje sombrío que conversaba con su madre. El hombre le explicó que Sir Francis Drake, quien murió el 28 de enero de 1596, había dejado un enorme patrimonio que había sido confiscado por el gobierno británico porque el testamento nunca había sido convalidado. El testamento había sido destruido, de forma que el romance ilícito entre Drake y la reina Isabel no se hiciera público. Una increíble fortuna aguardaba a quienes estuvieran dispuestos a financiar a los legítimos herederos en sus esfuerzos por conseguir el tesoro de Drake.

Oscar dejó de alimentar a las gallinas. Aquello era una historia fascinante. No podía creer lo que veía cuando su madre entregó un billete de 10 dólares, ganado con mucho trabajo, al zalamero embaucador citadino. En los siguientes meses, Oscar leyó todo lo que pudo encontrar sobre Sir Francis Drake. Cuando había acumulado toda la información disponible sobre el viejo corsario, viajó a Chicago.

Instintivamente, se dio cuenta de que no podía materializar una gran estafa él solo; necesitaba socios. Con el tiempo conoció a una ratera de poca monta llamada Sudie Whitaker. Sudie le hubiese arrancado los ojos a un gato muerto si hubiera tenido la oportunidad. El socio Milo Lewis era de un calibre mayor: él no habría esperado a que el gato expirara. Crearon la Asociación Sir Francis Drake, cuyo principal propósito era recuperar la fortuna de Sir Francis de manos del malévolo gobierno británico.


Los tres estafadores les decían a las posibles víctimas que representaban a Ernest Drake de Missouri, el único heredero de Drake. Todos los pequeños inversionistas obtendrían enormes riquezas cuando el gobierno británico fuera obligado a entregar el patrimonio. Miles de personas cayeron en la trampa.

Oscar estableció oficinas locales y designó a un recaudador para cada una de ellas. Mucho antes de que algún genio financiero inventara los planes de pagos por cuotas, Oscar comprendió el potencial de estafar a los tontos no una vez, sino periódicamente. Su personal de ventas emitía recibos con la promesa de que la fortuna, estimada en miles de millones de dólares, se distribuiría de acuerdo con esos recibos. El dinero llovía en las oficinas. Después de deducir jugosas comisiones, el resto del dinero era enviado a la oficina central, que, en realidad, era Oscar Hartzell.

En las granjas, los ingenuos esperaban los dividendos, que se estimaban entre 1.000 y 5.000 dólares por cada dólar invertido. A veces, Oscar realizaba concentraciones en pueblos pequeños. Con frecuencia, no se encontraba un salón suficientemente grande para recibir a las multitudes.

Durante tres años, Oscar promedió cerca de 2.500 dólares por semana. En la década de los años veinte, podía comprarse una buena casa por menos que eso. Oscar entendió que para mantener a los provincianos contentos, cada tanto debía avivar la llama de la esperanza. Con esto en mente, viajaba a Inglaterra y, periódicamente, regresaba a Estados Unidos. Hablaba de los usuales retrasos y complicados procedimientos legales.


Con el tiempo, Oscar dejó atrás su imagen de hombre rústico, que cambió por la elegancia de los trajes de lana de la renombrada marca británica Saville Row. Pasaban los años y el flujo de dinero constante y sonante no cesaba. Nuestro Oscar vivía rodeado de lujos. Se hizo miembro de un prestigioso club, cenaba en los mejores restaurantes y andaba en compañía de hermosas rubias.

Durante la década de los años veinte, sin que Oscar lo supiera, el servicio postal de Estados Unidos había estado investigando su organización y deseaba enjuiciarlo por usar el correo para cometer estafa. Oscar era tan hábil a la hora de ocultar sus huellas que a los empleados del servicio postal les costó mucho trabajo encontrar evidencia convincente en su contra. Además, Oscar pregonaba que el servicio postal estaba hostigando a sus empleados porque estaba muy cerca de recibir la fortuna.

Pero no podía eludir a las autoridades postales indefinidamente. Los agentes establecieron contacto con Scotland Yard, cuerpo que lo interrogó. Los detectives británicos quedaron convencidos de que se trataba de un lunático y no del cerebro detrás de una gran estafa. En 1933, Oscar fue declarado persona non grata y deportado a Estados Unidos. Al llegar a su país, sus seguidores lo trataron como a un héroe. En Sioux City realizó una concentración y pronunció un conmovedor discurso sobre su lucha para defender los derechos de sus inversionistas. Los campesinos se lo tragaron todo. Pasaron el sombrero y reunieron 68.000 dólares para ayudar a Oscar en este difícil momento.

Los agentes postales no cejaron en sus esfuerzos. Viajaron a Inglaterra y se enteraron de que Oscar había transferido grandes sumas de dinero al otro lado del océano. Cuando las autoridades postales consideraron que tenían un caso suficientemente sólido, llevaron a Oscar a juicio en Sioux City en noviembre de 1933. Desafortunadamente para él, se encontró el testamento auténtico y convalidado de Sir Francis Drake en la Sala de Documentos Históricos de Somerset House; y un abogado aguafiestas testificó que, según las leyes británicas, el plazo para la convalidación de testamentos expira luego de 30 años. Oscar tenía un retraso de 307 años para presentar un reclamo. Oscar Hartzell fue encontrado culpable de realizar una estafa y sentenciado a 10 años de cárcel. Después de quedar en libertad bajo fianza, de inmediato continuó con el timo de la herencia de Drake y recaudó cerca de medio millón de dólares de campesinos que creían firmemente que las autoridades lo habían enjuiciado porque estaba muy cerca de conseguir la fortuna.

En 1935, Oscar había agotado todos los recursos de apelación y fue enviado a la prisión de Leavenworth para cumplir su sentencia. Más o menos en este tiempo comenzó a actuar extrañamente. Se piensa que había estado mintiendo y estafando durante tanto tiempo que había llegado a creer en su historia. Un año después de ser encarcelado, se declaró que Oscar era mentalmente incompetente. Lo transfirieron al Centro Médico para Prisioneros Federales en Missouri, donde permaneció recluido hasta su muerte en 1943.